Uniforme

Hace tiempo, en un cumpleaños, conocí a un tipo que me resultó inmediatamente desagradable. Digo conocer, pero no estoy seguro de que sea la palabra adecuada: «hola» fue lo único que nos dijimos. Y, sin embargo, creo haber comprendido algo profundo sobre la naturaleza de esta persona gracias a la pura proximidad.

Este hombre era un chanta.

La primera pista fue su ropa. No podría describirla realmente, he olvidado los detalles. Lo único que puedo decir es que vestía como chanta, como si ello constituyese una cualidad al mismo tiempo visible e inexplicable.

Desde mi puesto en el sillón le escuché el resto de la noche hablar durante horas sobre el terreno que había comprado y la casa que pensaba construir, como si se tratara de una proeza épica. Ya no cabía duda, este tipo era —en efecto— un chanta.

Recordando el episodio, días más tarde, pensaba lo bueno que sería que todos los chantas fueran tan devotos de su rol como este y se animaran a usar siempre el uniforme de chanta. Así sería mucho más fácil evitarles.